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Confiar en la pareja - Quien esté libre de culpa que le preste el celular a su espos@...


Y con este título sugestivo comienzo este nuevo escrito:

Resulta que hace un par de días se reunieron un cuarteto de buenas amigas y entre los variopintos temas -que con copita de vino en mano- conversaron rico fue, que de las cuatro que estaban, tres habían confesado que ninguna jamás se atrevería a revisarle el celular a su marido; mucho menos contestarle las llamadas.

Y en ese momento se prendió la conversación...

- Me ha pasado que a veces Rubén se está bañando y comienza a sonarle el celu y les juro que no se lo agarro. Por mí puede inmolarse. Es que ni se lo miro, señaló Tamara.

- Jaja qué loca. ¿Tanto así? ¿Por qué tan esquiva? La increpó Karen.

- No sé, me muero si es una tipita equis; luego me hago una película de terror pensando en lo peor y no quiero que me dé traumatismo cerebral. Prefiero no hacerme mala sangre. Así que ni se lo veo, ni él tampoco me mira el mío.

- Uf opino lo mismo, intervino Jessica.

- Y yo idéntico, confesó Naty. Cien por ciento de acuerdo.

- Pero niñas ¡qué falta de confianza tan horrible! Tampoco me parece que vivan así.

- Pero Karen, ¿no te acuerdas de Mónica Lichi, que ella y su esposo tenían la relación matrimonial más idílica de la historia, y ella mega confiada, siempre se regocijaba contándonos que mientras las demás amigas vivían atemorizadas de imaginar que en cualquier momento podían descubrirle algo turbio a sus maridos, ella por el contrario se jactaba de que su fiel y abnegado esposo sólo tenía ojos para ella? ¿Se acuerdan de lo que le pasó, o se los recuerdo?

Que el bestia le envío un Whatsapp que decía "Hola princesa; ve bajando que ya estoy llegando y me muero por verte".


Y ella que estaba de viaje con sus hijos, cuando leyó eso, quería como cortarse la yugular. Pero no. Lo pensó bien, y antes de hacer una estupidez de la que pudiese arrepentirse, respiró hondo y una vez que se tomó un par de Tafil, (obvio que después de llorar y berrear), se serenó y agarró a sus hijos y se fue (por supuesto que vuelta leña), a los centros comerciales más caros de Miami y se compró hasta un carrito de Chicha por si le daba por vender abajo de su casa.

¿Qué no se compró la loca esa?

Desde toneladas de ropa y carteras, hasta zapatos, maquillaje, cosas para su casa, para Francisca la nana, y lógicamente para los niños y sobrinos. Se enloqueció.

No hay un antidepresivo más eficiente y que actúe más rápido que una tarjeta de crédito que aguante trancazo. Pensó que antes de consumirse viva escuchando de boca del perronski aquel, lo que de antemano sabía que era mentira, le vació las 3 tarjetas al punto que el hombre se tele transportó para allá en menos de 12 horas, porque la llamaba como un desquiciado y ella no le atendía las llamadas.

La historia es tragicómica porque al principio provoca como "lastimita", pero después le entra a una un fresquito tipo mentolado.

Y me acuerdo que ese cuento fue una saga de película de la que estuvimos todas hablando como 8 meses.

Por eso yo particularmente prefiero ni verle el celular. Menos estar revisándoselo.

- Pero para vivir así mi reina linda, mejor es entonces terminar ese matrimonio. ¡Qué vida es esa! Te parece estar con esa angustia y que cada vez que le suene o le entre un mensaje, te vayas a la cocina para intentar rebanarte no sea una Yubraska. Por favor...

- Y acaso crees que si lo dejo, el próximo que me consiga, (si es que tengo la oportunidad de rehacer mi vida), no pueda ser peor que éste. Además, yo no digo huirle y estar temblando cada vez que le suene el artefacto ese, pero sí evitar cualquier situación que implique enterarme mucho de con quién habla y con quién chatea. El mío, que de por sí es cariñoso y zalamero, tal vez les habla con palabras melosas a todas esas tipejas que trabajan con él, y yo, que soy sensible, pues me hago la peor película de terror jamás producida en Hollywoood. No mi hermana, no hay necesidad.

Con no enterarme mucho, estoy tranquila.

- Lo que estás es un poco loca Tamara, y no creo que esa sea la forma más correcta de hacerle frente.

- Entonces tú Karen ¿sí le atiendes el celular y le estás revisando las llamadas y los mensajes?

- Yo sí uffff, sobrada. Nada que temer. No puedo estar como ustedes, cegada por el miedo...

- Bien por ti. ¿Y cómo vas con eso? ¿Nunca le has conseguido nada? Todo lo que has leído en su whatsapp es que habla contigo y con la mamá y el mecánico. Osea más o menos Disney... el príncipe azul de Cenicienta.

- Si supieras que sí. La verdad tal cual como lo describes. Jamás le he descubierto nada.

Y todas ellas se vieron las caras con un poco de sorna, y también con un poco de celos. ¿Sería verdad todo lo que Karen contaba, además con esa arrogancia?

Si era o no fidedigna esa confesión, lo que sí era cierto es que les había sembrado la duda, y peor aún, que entre ellas después se llamarían para comentarse que Karen tenía razón y que si ninguna tenía los guáramos de querer enterarse mucho de los secretos que albergaban los celulares de sus maridos, era porque en el fondo morían de sólo imaginar algo truculento.

Y les llegó la cuenta y ya era cerca de las 7 de la noche, así que se despidieron.

Y cuando Karen subió a su carro dijo en voz alta "Ojalá fuera cierto lo que les dije. Si supieran esas pánfilas que soy la primera que me dejé de hacer eso cuando le descubrí una llamada perdida de una tal "Negrita". Obvio que tampoco confío en Carlos, pero por insegura y porque no tengo plan B.

La verdad es que no quiero quedarme sola porque "aunque no sea feliz, ¡Por lo menos tengo marido!".



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